sábado, 16 de noviembre de 2013

16/11/13


16/11/13

Me siento mal. Voy al cuarto de baño. Me lavo la cara y, al mirarme en el espejo, no me veo. Solo hay una triste sombra. Alguien borroso. Alguien distinto a quien fui y quien seré. ¿Seré? No se que seré en el futuro. Me obligan a elegir algo que quiero ser. Me obligan a soñar con algo que jamás será. Debo construir un castillo de naipes sobre una mesa inestable a la espera de, cuando esté terminado, alguien venga a soplar sobre él. Cada día tengo menos tiempo para decidir como será ese castillo que derribarán. Otros tantos intentan mover esa mesa. Tiene unas patas más cortas que las otras. Lucho por que no se acerquen quienes tienen malas intenciones, quienes tratan de hacerla temblar. Sin embargo hay unas pocas personas que dejo que se acerquen porque sé que me ayudarán a que esa superficie se mantenga firme. Cuando alguna vez alguien en quien confiaba para sostener el plano se alejaba, un devastador terremoto derribaba cada carta, cada ilusión, cada esperanza. Cuesta mucho dejar que alguien ponga su mano ahí, pero, aún es más difícil hacer que, por algún problema, ese alguien mantenga su apoyo. Con el tiempo consigues poner alguna gota de pegamento entre un par de cartas y evitas que esas caigan. Te haces fuerte. Te inmunizas contra soplidos, contra terremotos. Pero entonces algunas ya no las podrás cambiar por otras o moverlas de sitio. Y todas esas decisiones permanecerán invariables con el tiempo o hasta que el pegamento se descomponga. Entonces desvío la mirada hacia la toalla. Me seco la cara y vuelvo a encerrarme en mi habitación.

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